jueves, 5 de julio de 2007

de quien es la historia...


Si te llego vestida de Odile esta vez, no me marques con tu sexo ninguna de las partes de mi arquitectura. Si vengo vestida de desierto sobre ti, haré crecer alguna brizna de hierba. Pero prefiero que vengas desnudo, y ver ahora las marcas en tu vientre, y saborear ese olor a océano que me traes. Que llueva desde ti, sobre mi, sentir las laceraciones de los golpes que me hacen pensarte de mil formas. Caminando desnuda, silenciada por tu cuerpo y tus sonidos, te sorprendo vestida de Odile, pero esta vez no seré un músculo más, sino otra sonrisa y otro rostro oculto entre las sombras.

sinergia




Nadie

Hoy nuevamente me descubro
También después de tantas suertes.
De este lado yacen las sombras
La quemante presión de lo ficticio
De aquel, tu cuerpo, que me alimenta toda,
Que me salva al instante del smog.
Noches hartas. Emblema de los inmortales.
Fantástica consigna pisoteada por mis terrenales.
Hoy nadie reza por mí. No destierro mis fantasmas.
Gozo de clavar mi estaca en lo más blanco,
De inyectarme con ineptos
Toda clase de obscenidades.
Temblar, sacudir de mi cuerpo la pureza.
Cerrar de mis ojos a los divino.
Cerrar mis ojos a lo real.
Cerrar los ojos.
Dormir.

miércoles, 4 de julio de 2007

Luz entre todos...


Lo facil cae ligero, lo duro pesa mucho,
el tiempo va volando (ya que puede) ,
tiene que volar,
cada uno en su lugar, todo esta muy claro,
tu origen te marca,
tu eliges la barca donde quieres remar.

Pieles

Pieles


Las respiro y es porque continúan ahí, tan pegadas a mis maneras, escudriñando mis deseos, sin perder la costumbre de darles el clásico vuelco de 180 grados. A un lado esta Nahara, la soberana idealista que posee todo lo que desea al alcance de dejar caer los ojos. Las personas como tu perecen con la selección natural. Aun así, bailando sobre el conocimiento de que te perderás en el tiempo y a mayor velocidad que aquellas cosas que nos manchan por reencarnaciones, sigues ahí, conflictiva, caprichosa, rasgando mis pasos. Pero a pesar de todo y de todos, es imposible no llegar a admirar en algún momento ese constante riego de tus estrellas, el esmerado cuidado de tus aires. Como sostienes congelado aquel primer amor, el que sosiega, el que lacera aun tus intestinos. Como sufres el nacimiento de ese nuevo lunar que no consta en sus registros. Maduras bajo el espejo y recreas tu cuerpo, más frondoso que antes y ahora menos puro, con la sutil entrega al masaje de sus aromas. Hubiese sido tan maravilloso sentirte aun mas repleta de el, que hubiese besado el vientre que acaricias con lujuria y conservar muy adentro la huella de su paso.
Paralela a estos sueños esta Ámbar, arrancándolo de su piel con toda la agresividad propia del silbido de una piedra. Lo percibe descomponerse junto al jabón, escurrirse gritando tras el desagüe. Parten así el odio, el miedo, la soledad, la sumisión. Se nos muestra amplia, firme y lustrosa, fiel a su nombre. Celebro el romanticismo de Nahara con la misma intensidad con que aplaudo tu violencia ante la degradación del mundo. Giras imponente, como la manta de las españolas, reposas el pie arqueado en la cabeza de los oportunistas, entablas frente a frente el dialogo con las ideas, expulsándolas convencionalmente del amparo que ofrece la duda. Pero siempre queda el leve espacio donde danza Nahara y es aquí donde brota tu mayor conflicto, justo el no lograr desvanecer a plenitud el medio en el que reina tu compañera. Incluso es a veces insoportable la quemante certeza de saber que posee la suficiente fuerza de obligarla asaltar a la nada y luego impactar con el rostro libidinoso y angelical de su opuesta, plasmando de forma radical tu fracaso.
Nahara deja caer perdones a los pies de Dios, ningún otro podría entenderla y exonerarla de un sentimiento tan asqueroso como la culpa. Logra percibir lenguas de fuego sobre su cabeza, pero no provienen del santísimo, sino de los ojos de su antónima. Adonde irán esos momentos supremos, decisivos, los que construyo bajo una bandera pecaminosa, las más dulces y mundanas situaciones que ahora astillas con un Padre Nuestro. Ámbar distorsiona la imagen de un cuerpo flagelado por el arrepentimiento, pero a la vez mantiene vigilada la puerta del pasado. Existen momentos en los que se nos obliga a no mirar hacia atrás, a no hacer pasos perdidos, aquellos que hemos logrado avanzar en el tormentoso camino de la resignación. Que manera de vivir amargada, despojada totalmente de todo lo superficial. Nahara la confronta cada vez que logra solidificar sus argumentos, recogidos al azar en el universo de lo intangible. Resulta sublime abandonar el espacio que nos suprime, ofrecer el don de la iniciativa a las manos, la luz de la voracidad a esta boca, el infinito a los ojos. Dejarse caer desde los muros del esteriotipo hasta la inmensidad del nirvana, condicionarse a la elevación. Solo tras estas palabras Ámbar encoleriza e insulta con una mirada que corta el silencio. Pero existen los días de comprensión en los que deja colgada las ganas de sudar bajo las mieles de sus amantes y sigue a su amiga hasta el viejo roble que protege en su sombra cada recuerdo plantado. Nahara sueña con fundirse en el gemir de un tren de madrugada, gotear como especie en la tierra, protegida por todas sus memorias. No es erróneo pensar entonces que su presencia, anacrónica a la escena es totalmente preventiva, se concibe como el súbito salto en el abdomen, que deja petrificada a Nahara, observando el animal humeante que se mece sobre rieles, bañada en el viento que pone a volar las lagrimas, las que serán capturadas luego con la destreza de un cazador de mariposas. Todo por evitar la pérdida de esencias, esa es la manera más virgen de sangrar por otro.
No tienes entonces otra opción, me imaginaras demente ante el manejo alterno de estas almas opuestas. Yo reiré ante opiniones tan superfluas y volveré a encerrarlas en el ying-yang de mi vida. Lograre por momentos que se amen, que entrelacen las manos y se viertan en los ojos de la otra en busca de sosiego. Vendrán como presagios, también las contradicciones, el momento de separarnos, del olvido tenue. Solo así sentiremos latente el valor de una sonrisa ajena, del tacto ya distante. Para nuestra salvación, quedara en el clímax de la existencia algún ser idílico, supremo, único en el manejo de las cartas que nos reconcilian hasta el día en que apagadas, nos entreguemos a la antimateria.