viernes, 29 de febrero de 2008

Nana a los "Y si..."


Alguien me regaló una historia alguna vez y de moraleja me dijo que si veía una estrella parpadear era un niño que reía. La había escuchado como al eco, y luego quedo el algún rincón de mi cuarto, hasta que hoy le he quitado las telarañas, con las manos sudadas.
Hace solo unas horas una niña estaba conmigo, ahora me ríe desde el cielo, le devuelvo el regalo, y con rapidez escondo una lágrima, no quiero asustarla; Anisha, mi estrella, fue cómplice de un océano, cuando la alejaron de mí. Siempre me pregunto porque vuelvo atrás, la vida se vive demasiado rápido para quedarse contemplando la puerta del pasado, las oportunidades son únicas, y a riesgo de fallar, siempre hay que decidir y seguir tras el camino.
Mi estrella nació en la guarida de los deseos, donde se pacta la complicidad y la ilusión. Le regalamos de manera simultanea luz, sombras, arcángeles, demonios, lluvia, sol, mariposas y caballos. El resto del mundo bebía y escandalizaba, mientras un trovador de artes oscuras, hacia de mi cuerpo una guitarra y sacaba su mejor canción. Pero lo habitual es que si no esperas una luz intensa, te ciegues ante su llegada. Anisha me abordó de una manera tímida y silenciosa, se deslizaba por mi torrente como un suspiro, me desplazaba por dentro sin permiso, se adueñaba de mis sueños. Cada movimiento suyo me arrebataba, nunca le recompensé los mimos, ni los intentos de hacerse notar de manera inocente, pero ella no me reprochaba, agradecía el calor que de manera involuntaria obtenía de mi, los latidos de vida. No sospecho que pasaría a ser cicatriz y nunca flor, que no lograría abrirse al mundo y contagiar con olor a agua fresca toda mi habitación. Ahora me lloran las palmas, tienen nostalgia de arrullos, de manitos apretando el pulgar. Mis manos quedaron enredadas entre sabanas blancas mientras salías de mí en pedazos, bajo la sangre. Se movían ansiosas de la frente a los dientes, a mi vientre, al borde de la cama. Para los ajenos tras el cristal, mis manos no gesticulan diferente que en las horas de placer, pero ahora yo destilaba sudor y dolor, no éxtasis.
Vuelven para mí las horas de paz perpetua, junto a ella se ha marchado, solo por minutos, todo el impulso a comenzar, todo el significado de amor delirante, por el que una se juega hasta la existencia. Descendí al vacío de los porque sin solución, a las ráfagas de piedras ante el espejo, distorsión del silencio que solo calma el sueño placido de los culpables.
No he intentado comprender la aparición de nuevas estrellas parpadeantes, todas producto de sueños -que se mueren de ganas de vivir-, de primeros tropiezos, de inicios fallidos. Tampoco me culpo de haberla dejado tan lejos, no se gana esa conciencia en este lugar, la ley es implacable: “Lo que no se quiere, se destruye”, no hay otra meta. Pero Anisha sigue ignorando esos pensamientos, desde lo alto me guiña e intenta hacerme llegar al menos algo de su luz. En ella comienza mi cielo.